Mediados de 2008. Semanas después del histórico 8 de mayo donde River quedó eliminado de la Libertadores en forma humillante, a un pequeño grupo de periodistas deportivos y hombres vinculados a los medios, se les ocurrió un plan. El objetivo era levantar la imagen de River, reinventarlo. Reposicionarlo ante un mundo futbolístico que veía al equipo de Núñez contra la cuerdas en todos los aspectos. Y esa cruda realidad, sumado al nulo apoyo en las malas que caracterizó siempre al hincha de River planteaban un escenario difícil. Para revertir eso, pensaron lisa y llanamente en que River se convierta en Boca. Cosa que los obligaba a apropiarse de lo que siempre envidiaron, de la cualidad boquense por excelencia: el apoyo popular. Pero empecemos por el principio.
Tras aquella noche en que a River le remontaron un 2 a 0 con dos jugadores menos, al club de Núñez se le vinieron encima momentos delicados. Anotemos: el mote de gallina más vigente que nunca, las brutales declaraciones de Ahumada y Juan Pablo Carrizo, sus propios hinchas reconociendo abiertamente no tener los huevos de Boca, tirando maíz, pañales y colgando banderas que, aunque no eran negras, agredían muchísimo más que un “Gracias x el campeonato”. A todo eso es imprescindible sumarle diez años de hegemonía boquense absoluta y la frutilla del postre: transcurridas algunas fechas del Apertura 2008, el último puesto de la tabla.
Con semejante escenario, la comparación entre Boca y River hacía agua por todos lados. Es en ese momento de la historia que surge el plan de salvataje: convertir a River en Boca, haciéndolo aparecer como el equipo más popular de la Argentina. ¿Por qué algo tan tirado de los pelos para lo que es la historia de River? Porque tanto el paladar negro como sus inferiores y las vueltas olímpicas a nivel local, se habían convertido en reliquias del pasado con una proyección, digamos, escasa para el futuro. Pero lo otro, inventar el respaldo popular hacia River, estaba ahí nomás al alcance de la mano. Con las capacidades de los estadios restringidas, más el limitado acceso de público visitante, era algo muy fácil de lograr. El Monumental ya no estaba habilitado ni por asomo para albergar a los 70.000 / 80.000 espectadores de otras décadas. Y para los partidos de visitante, bastaba solamente con que 3.500 hinchas compraran sus entradas para que el plan estuviera en marcha. Pero faltaba la clave de la cuestión: el apoyo mediático con títulos catástrofe que realcen la hazaña de agotar las populares visitantes de, por ejemplo, la cancha de Argentinos Juniors. Porque no jodamos, cualquier equipo de la A, Nacional B y hasta muchos de la B Metro, te meten con los ojos cerrados 3.500 tipos en cualquier lado. Para colmo, el plan se vio favorecido imprevistamente por dos hechos de peso: 1) los dirigentes de Boca decidieron no vender más entradas a sus hinchas no socios cuando Boca juega de local. Esos mismos medios de comunicación vieron ahí una oportunidad única: empezar a difundir las tablas de recaudaciones en donde Boca, por supuesto, aparecía a los premios. 2) las apariciones de políticos K en el palco de la Bombonera junto a Ameal dejó a Boca en la vereda de enfrente del multimedios de noticias. ¿Y cuál es la mejor manera de pegarle a Boca? Darle manija a River.
El plan arrancó y hasta en un punto, curiosa paradoja, necesitaba que River termine último ese Apertura 2008. Cosa que efectivamente pasó. No importó que el equipo que más entradas vendió en ese campeonato haya sido Boca. Desde esos medios, cuidándose al detalle del camino a seguir, prefirieron ponderar que los hinchas de River agotaban sus entradas con el equipo último.
El plan fue un éxito y creció a límites insospechados. Ya las populares no sólo se agotaban, sino que se agotaban en cuestión de minutos. O hasta en segundos. Por caso, cualquier equipo llenaba la popular de Tigre, pero desde esos medios sólo se hablaba de populares visitantes en Victoria agotadas, cuando iba River. La cosa es que a los simpatizantes millonarios les empezó a gustar y mucho ser considerados por esos medios de comunicación como la hinchada más popular. Empezaron a sentirse muy a gusto con esa condición que durante 104 años menospreciaron y que correspondió siempre a Boca.
El bombardeo mediático tomó entonces mucha más fuerza. River no ganaba campeonatos pero sus hinchas estaban más que conformes con ser primeros en las recaudaciones. Mientras tanto su club entró en un tobogán que lo puso a mediados de 2010 en una situación impensada: arrancar una temporada luchando por no descender. Cosa que también en un punto ayudaba al objetivo final. Y hacia allá apuntaron todos los cañones. Se venía un equipo que iba a ser apoyado multitudinariamente en las malas. Pero algo falló.
El Clausura 2011 mostró de arranque a un River que coqueteó con los primeros puestos y pasada la mitad de campeonato, hasta llegó a estar en la punta, aunque con un partido más. Para la fecha 12, entre lo desastre que eran Quilmes, Huracán y Gimnasia, más el triunfo de River a Racing en Avellaneda, la supuesta lucha millonaria por evitar, ya no el descenso directo, sino la promoción, pareció un chiste. Hasta que la historia pudo más. Y el final de la película, tanto dentro del campo de juego como en las tribunas fue demoledor.
Pasaron en fila All Boys, Boca, San Lorenzo, Olimpo, Colón y Estudiantes sin triunfos y sin el apoyo popular tantas veces fogoneado. O sea, la gente llenó la tercera bandeja de la cancha de Boca y los escalones de Olimpo y Quilmes. Pero ¿qué hacemos con eso sólo? El panorama jugando de local fue mucho más dramático. Silencio, insultos en el final, proyectiles a los jugadores propios. El ADN del hincha de River salió a la luz. Los medios afines trataron de desviar al foco reclamando por ejemplo siete penales en el superclásico. Se venían momentos a todo o nada.
Seamos sinceros, River no tenía ni por las tapas un plantel para descender. Pero tras esas seis fechas donde evidentemente ciertas flaquezas espirituales pudieron más, los puntos resignados lo pusieron de cara a una fecha 19 donde su equipo debía dar una muestra de personalidad y su hinchada una muestra de apoyo incondicional. Ese que quisieron inventar de un día para otro. Pero todo salió mal.
Jugando de local ante un Lanús sin chances de salir campeón, la realidad fue durísima. River perdió 2 a 1 y como Olimpo metió el batacazo ganándole a Quilmes de visitante, el club de Núñez se vio obligado a jugar la Promoción. La despedida de los jugadores con su gente fue caótica. Escudos policiales, maderas, piedras, insultos y silencio sepulcral. Así fue.
La promoción le daba el changüi de jugar con ventaja deportiva. Con dos empates, listo, a pensar cómo rearmarse para el próximo campeonato. Pero el partido de ida nos mostró una vuelta de tuerca más. River era superado en garra y fútbol por un equipo de la B, hasta que un grupo de hinchas millonarios invadió el campo de juego para reprochar semejante falta de actitud. Hubo empujones a Román y patadas a Arano. El barco empezaba a hundirse. Hasta el Tano Passman se permitió putear a su padre por haberlo hecho hincha de River. La derrota final 2 a 0 dejó el margen de error en cero para el mítico domingo 26 de junio de 2011. Fecha en que la gente riverplatense se veía en la obligación de hacer lo que tantas veces se repitió desde algunos medios: alentar a su equipo aún en las malas.
El Monumental estuvo lleno. Digamoslo bien clarito. Llenar, se llenó. El recibimiento fue a todo trapo. Hubo un gol a los cinco minutos. Hasta hubo amenazas de muerte al árbitro durante el entretiempo para que cobrara un penal a favor en el segundo tiempo. Estuvo todo dado para la salvación deportiva. Pero la estirpe millonaria terminó por aparecer en su máximo expresión.
A los 44 del segundo tiempo el partido tuvo que ser suspendido. River ya era un equipo de la B. Pero el tremendo revés deportivo era al mismo tiempo una oportunidad histórica para que sus hinchas de una vez por todas se muestren enteros en la adversidad. Alentando a sus colores. Pero no. ¿Cómo fue la despedida de la gente que supuestamente iba a apoyar al equipo en las malas? No hubo los emotivos pañuelos blancos de San Lorenzo en 1981. Centenares de hinchas procedieron a arrojar proyectiles al campo de juego, a romper su propio estadio, a prenderlo fuego, a saquearlo. El resto en silencio. ¿Por qué? Porque es así. ¿Qué les costaba un tibio “aunque ganes o pierdas”? Más de cien años de una forma de ser le terminó ganando por goleada a tres años de arenga mediática.
La verdad, no sabemos cómo será el River de la B. Lo que si sabemos es que desde esos mismos medios el plan seguirá su marcha. Por ejemplo incitando a colgar banderas en los balcones, cosa que deberían haber hecho antes de los partidos claves con Lanús o Belgrano. Los mismos medios que redoblan la apuesta día a día y presentan descaradamente a un River Nacional y Popular. Pero no señor, jamás podrán ni siquiera acercarse a lo que es Boca Juniors. Sépanlo.