Que no avalemos la violencia en ninguna de sus formas, excepto la patada de Roberto por supuesto, no significa que no podamos rendirnos a los pies de un tipo que entendió a la perfección cómo debe defenderse la camiseta de Boca. Transpirándola, dejando todo en cada jugada, y si es necesario, tirándose a trabar con la cabeza. Y llegado el caso, haciéndole sentir todo el rigor a un adversario. Respetamos el Fair Play pregonado por FIFA, pero el fútbol antes que nada, es un juego de hombres. Por lo menos Boca siempre lo entendió así.
El que pagó los platos rotos esta vez fue Pedro Troglio, contra quien no tenemos nada personal ya que conocemos qué club eligió para ir a probarse. Pero Troglio debería haber calculado que con el Ruso Hrabina enfrente, no le iba a salir gratis hablar antes del superclásico sobre los hipotéticos festejos de River por la Libertadores ganada un par de días antes. Quique cruzó como hubiéramos hecho cualquier de nosotros. Despejando la pelota pero tirando encima del rival todo el peso de la camiseta, de la historia, de la Bombonera. Como debe ser.
Si Troglio hubiera medido sus palabras, seguramente le hubiera demandado menos tiempo volver a pararse. Cosa que le llevó un par de intentos tras una mueca de dolor indeleble aquel domingo 2 de noviembre de 1986.