martes, 3 de diciembre de 2013

La patada de La Passucci

27 de octubre de 1985, estadio Monumental, círculo central, 28 minutos del segundo tiempo. La pared con Stafuzza queda un poco larga, demasiado. Va Passucci a buscar esa devolución, la pelota picando, Ruggeri con la camiseta de River viniendo de frente. En ese instante todos soñábamos con empatar aquel superclásico que terminaría en derrota 1 a 0. Pero si algo soñábamos miles y miles y miles de hinchas de Boca de aquel entonces era verse en la encrucijada en la que quedó nuestro héroe. ¿Ir a buscar la pelota o la pierna de Judas? Era una oportunidad histórica. Y tal vez, la prueba de que Dios existe (?).
Por supuesto Passucci ya era Passucci antes de ese jugada. Pero a partir de aquella patada de reparación histórica pasó definitivamente a la inmortalidad. No estamos jodiendo.
Passucci no pensó ni midió consecuencias. Actuó como lo que era: un hincha de Boca. Hizo lo que había que hacer. Ojo que en una de nuestras últimas reuniones, un integrante de La Logia lo acusó formalmente a Roberto de haber sido bastante light. Lo que desató una feroz interna (?) entre los que lo acusaban de no haberle entrado con las dos suelas y los que lo defendían del ala más fundamentalista de La Passucci. Interna que fue cortada de cuajo por dos puñetazos de Roberto en la mesa.
Lo cierto es que Passucci lo dejó a Ruggeri como una nenita llorando en el círculo central de la cancha de River. Acción que hoy seguramente le valdría críticas propias por dejar al equipo con 10 y sería un manjar para periodistas indignados en tele y radio.


Nosotros no quisimos ni queremos analizar tanto. Aquella patada, que en realidad era mucho más que una patada, había que pegarla y Passucci la pegó.



La revista El Gráfico intentó juntar a Passucci y a Ruggeri en una nota que no pudo ser porque Roberto se presentó pero Judas abandonó y no fue. Otro acto que pintaba de cuerpo entero a un Passucci que no contento con ir y poner el pecho a las balas, le tiró cara a cara un par de verdades atragantadas al periodista en cuestión:



Es el día de hoy que mucho creen que la patada a Ruggeri fue tan festejada sólo por su ida a River. Lo que no sería del todo correcto. Acá hubo algo mucho más grave que eso.  Estamos hablando de usar a Boca para fines propios, olvidarse de los orígenes, fogonear una huelga de imprevisibles consecuencias institucionales y deportivas, irse a River y desde allá reirse como si nada hubiera pasado.
Durante 1984, Boca vivió su peor crisis institucional, económica y deportiva. No estuvimos ni cerca de descender, pero sí de desaparecer como club. Y aquellas horas, días, semanas y meses de angustia y de chicos que, como quien escribe, se iban a dormir llorando después de ver Nuevediario y escuchar que Boca podía dejar de existir, no le podían salir gratis a nadie. Se llamara como se llamara. 



Para que quienes no vivieron aquella época puedan más o menos darse una idea, Ruggeri era ídolo de Boca. Hincha, jugador nacido de las inferiores, campeón en 1981, pasta de caudillo, voz de mando, metedor, temperamental. Buen marcador central, gran cabezazo en las dos áreas, hacía goles. En fin, todos requisitos que enseguida lo metieron dentro del corazón del hincha. Por eso su traición fue imperdonable.
Y cuando hablamos de traición, ponerse la camiseta de River fue la frutilla del postre. Aquel 1984 donde Ruggeri, Gareca y Cóppola quisieron mejorar sus contratos llevando a todo al plantel a una huelga y al club a una situación terminal tuvo la resistencia de otro grupo de jugadores encabezados por Roberto. Grupo que hacía público sus justificados reclamos salariales pero querían jugar. Querían poner la cara en el campo de juego y no tenían en su agenda dejar a Boca sin jugadores profesionales.
La huelga quemó a una generación de juveniles, los obligó a hacerse cargo de algo para lo que no estaban preparados y terminó humillando al club en partidos que hoy a la distancia son de ciencia ficción. Como el 1-5 contra Argentinos haciendo de locales en la cancha de Gimnasia de La Plata.
Los que durante 1984 vivimos un año escuchando que Boca iba a desaparecer, los que vimos y alentamos a los pibes de la cuarta que perdían y perdían, o los que simplemente nos conformábamos con tener camisetas suplentes con números de verdad queríamos pegar esa patada sí o sí. Gareca estaba segundo en la lista y, probablemente dándose cuenta de su vil accionar de 1984, se llamó a silencio para siempre.
La cosa es que pasó aquel nefasto 1984 y como regalito de reyes (?) en enero de 1985 Ruggeri y Gareca desembarcaban en River. Imposible de digerir con todo tan fresco. Por suerte, tipos como Roberto salían a bancar la parada y decían las cosas sin pelos en la lengua:

Clic para ampliar.

El destino, Dios, la vida o quien haya sido armó la mejor escenografía. Cancha de River, círculo central, Ruggeri de frente, Stafuzza que la tira larga y Roberto yendo con todos nosotros atrás.
Después vino la expulsión. Anecdótica, polémica (?) pero expulsión al fin. El Tolo Gallego que se hacía el ofendido, Veira que se agarraba la cabeza. Y Roberto, temple de acero, sin escenas de histeria ni necesidad de empujarse con policías para que las cámaras lo filmen, se fue a las duchas con la tranquilidad de la misión cumplida. Caminando lentamente. Apenas se permitió mostrarle el pulgar hacia abajo a la San Martín y hacerles pito catalán para descomprimir un poco la situación (?). Eso sí,  antes de meterse en el túnel no olvidó apretarse bien fuerte la camiseta de Boca a la altura del corazón mientras toda la tribuna de Boca lo ovacionaba como lo que ya era. Un héroe.



Esta acción de Roberto, para algunos es sólo una patada. Pero no. Esta jugada, sin proponérselo, dio origen al movimiento Passucci. Una Logia Secreta con espíritu de justicia, con ansias de trabar con los tapones de la verdad para poner las cosas en su lugar. Trabarle especialmente a La Corpo y a los hinchas 2.0 que tratan de reescribir la historia a su antojo. Pero no se las vamos a hacer fácil. No señor. Acá está La Passucci.