22 de junio de 2000, Casa Amarilla. Primer entrenamiento de Boca tras conquistar la tercer Copa Libertadores del club, ante Palmeiras en el Morumbí. Cientos de socios pudieron ingresar al entrenamiento pero el acceso le fue vedado al hincha no asociado. Cosa que por aquel entonces fue considerado un atropello ya que ese hincha no socio era también el que llenaba las canchas comprando su entrada. ¿Y qué pasó? Que un portón fue embestido, una cerradura cedió y entraron a la carrera hinchas comunes (?) ansiosos por compartir con los jugadores ese momento tan esperado y de tanta felicidad.
Seguramente estas imágenes hoy, agosto de 2014, le pondrán los pelos de punta y horrorizarán a más de un simpatizante de Boca que, educado durante años en un modelo de club blindado y exclusivo, ve como algo perfectamente normal y lógico discriminar a otros boquenses. Solo por tener una tarjeta de crédito para pagar una cuota. Tristísimo.
Este hecho de junio de 2000 fue tal vez una de las primeras señales de exclusión que, por supuesto, casi nadie advirtió y los que lo hicieron no pudieron imaginar la que se venía.
No costaba nada aquel día abrir las puertas para que todos pudiéramos ver la Copa de cerca. Son decisiones que a partir de aquellos años llenos de éxitos deportivos empezaron a marcar un rumbo nefasto. Cerrarle las puertas al hincha de Boca.
Boca es de todos. De los socios y de los no socios. De los que viven en La Boca, en La Quiaca o en Usuhaia. De los que viven en un country pero también de los que viven en una villa miseria. De todos por igual. Boca es el equipo del pueblo. Por más que les duela en el alma.