Junio de 1991. Tras derrotar 1 a 0 a Ñuls por la fecha 17 del Clausura 91, el Boca de Tabárez se aseguraba el primer puesto de la tabla de posiciones. El fixture obligaba a cruzarse en la 18 justamente contra el escolta San Lorenzo, y en el cierre con Platense en la Bombonera.
Pero concretamente aquella tarde nublada con Ñuls y aquella mañana soleada con San Lorenzo, Boca no había ganado nada. Obtener aquel Clausura solo clasificaba a una final y no daba el título de campeón, como empezaría a ocurrir luego de esa temporada.
Hoy con el paso de los años y con la panza bien llena de títulos, nos podemos dar el lujo de opinar si estuvo bien o no festejar antes de tiempo. Pero es necesario ponerse y entender el contexto histórico.
Ametrallados mediáticamente por la frase mágica “Boca campeón” y ya con 10 años sin ningún campeonato local, la mochila que cargábamos los hinchas cada domingo era de plomo. Y en aquellos partidos de junio de 1991 contra Ñuls y San Lorenzo, todos creimos que había llegado nuestra hora. La sensación de tocar el cielo con las manos fue única. ¿Apuramos los tiempos? Probablemente. Pero una generación entera de hinchas de Boca jamás se había dado el lujo de ver una vuelta olímpica y a veces pasa que hay cosas que hay que tratar de entender con el corazón y no con la razón. Con el riesgo de equivocarse.
Los festejos con Platense en la última fecha tuvieron la moderación de ya tener la final en un par de días. Pero el desahogo contra Ñuls y San Lorenzo tuvieron el desenfreno digno de un campeonato. Un campeonato que oficialmente no fue y que ya iba a venir. Pero que si sirvió para algo fue para demostrar que el apoyo de la gente de Boca iba a ser incondicional hasta conseguir el objetivo. Siempre al pie del cañón. Como marca nuestra historia.