13 de julio de 2013, estadio Monumental. Ya retirado desde hacía tiempo del fútbol profesional, Ariel Ortega pudo organizar un partido despedida armando dos equipos con amigos y ex jugadores de River. Pero si su intención fue pasar un grato momento y hacer sentir cómodo a los jugadores invitados, el plan falló.
Seguramente esos jugadores presentes, asistieron pensando que iba a ser una tarde a pura emoción. Pero no. Entre el frío reinante a esas horas en Buenos Aires y la actitud de La -1, se sacaron estalactitas chispas para congelar la fiesta.
Y no hablamos de los insultos por ejemplo a Passarella y a Ferrari. Hablamos de los silbidos e insultos a Javier Saviola. Un pibe salido del semillero, campeón y supuestamente querido. ¿El motivo? El mismo que causó los insultos y pinchadura de neumáticos a Francescoli y los campeones de América 1996: ser mercenario.
El silbido y los insultos, podemos estar de acuerdo o no, son parte del folclore del fútbol. El tema es cuando silbás e insultás a todos tus más grandes ídolos como La Máquina, Alonso, Labruna, Francescoli, Fillol o Ramón Díaz. El problema es cuando te pasás toda tu vida silbando e insultando a los tuyos. A todos. A los troncos, a los medio pelo, a los cracks y a los ídolos. A todos. Después los Saviola o los Demichelis dudan en volver y La -1 se enoja. Prueben alentar a sus jugadores y verán como todo cambia.
Pero no todo fueron los insultos y silbidos a Saviola esa tarde. Claro que no. La hinchada de River se hizo un par de minutos para aplaudir a Nahuel Guzmán, el arquero de Newell’s invitado a jugar en el equipo “Los amigos de Ortega”. ¿El motivo? Seguramente el penal que le atajó a Riquelme semanas atrás en la definición de cuartos de final de Libertadores. Pobre Guzmán si muerde el anzuelo. Bastará que sea comprado por River, descuelgue mal dos centros y recién ahí conocerá en carne propia a esa gente que hace del silbido y del insulto un culto.
Fuente: diario Popular edición web del 14 de julio de 2013.